Y entonces, mientras retiraba con suavidad el sombrero de sus rizos, él volvió la cara lo justo pararozarlelos labioscon los suyos. El pecho de la muchacha subió y bajó. El contacto de su boca había sido eléctrico.
Él la miraba intensamente a los ojos, resistiéndose a sonreír del todo, y luego volvió a inclinarse para apoyar su boca en la de ella. Eso era, pensó Diana. Así debía ser. Un beso debía bajarte hasta los dedos de los pies y hacerlos bailar, sólo un poquito.
lunes, 1 de marzo de 2010
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